miércoles, 20 de marzo de 2013

Crítica: La huésped de Andrew Niccol





Título original: The Host Director: Andrew Niccol Guionista: Andrew Niccol (Novela: Stephenie Meyer) Música: Antonio Pinto Fotografía: Roberto Schaefer Interpretes: Saoirse Ronan, Jake Abel, Diane Kruger, William Hurt, Frances Fisher, Max Irons, Chandler Canterbury, Boyd Holbrook Fecha de estreno: 22 de marzo de 2013

En 1997, Andrew Niccol presentaba Gattaca, una conmovedora historia de ciencia ficción en el que la gente era valorada por la genética. El protagonista luchaba por superar sus limitaciones y lograr su sueño de salir de la tierra y alcanzar las estrellas. Al año siguiente escribía para Peter Weir el guión de El show de Truman, una historia protagonizada por Jim Carrey que estaba encerrado en un programa de televisión que mostraba su vida sin que él fuera consciente de lo que pasaba. Una historia que escondía una profunda reflexión acerca de cómo percibimos la realidad, sobre el concepto del hombre y sobre la libertad. Luengo vinieron historias como Simone, El señor de la guerra o In time que tenían algo en la historia pero que no llegaban al nivel de sus dos primeros trabajos. Ahora nos presenta La huésped, una historia basada en una novela de Stephenie Meyer, autora también de la saga Crepúsculo que tiene como punto de partida una invasión alienígena.


Por primera vez en la historia, hay paz en la tierra, la gente se lleva bien unos con otros y la tierra ya no sufre atentados medioambientales y todo eso es debido a que los humanos han sido invadidos por una extraña raza alienígena carente de cuerpo. Utilizan los cuerpos humanos como carcasas para poder vivir. Pero no todos los humanos han sido secuestrados por estos seres, un grupo de rebeldes lucha por su libertad y atacan a los extraterrestres con los pocos medios de los que disponen. La historia comienza cuando una activista de la resistencia es detenida y alienada por un ser llamado Wanda. La fuerza de Melanie hará que no pierda la consciencia totalmente de la situación en la que vive, como la mayoría de los humanos también invadidos y la coexistencia en un mismo cuerpo de los dos seres no sea en un principio de lo más pacífica. La invasora Wanda utilizará los recuerdos de Melanie para ayudar a los de su especie a encontrar la base rebelde y acabar con estos. Hay una buscadora alienígena cuyo empeño en acabar con lo que queda de humanidad en la tierra roza la obsesión. Este tipo de personajes es bastante habitual en la filmografía del director, en Gattaca era el hermano del protagonista que buscaba desenmascarar los engaños de este, en El show de Truman la amiga del protagonista que luchaba desde fuera porque el programa terminara, en el señor de la guerra Ethan Hawke hacía todo lo posible porque el vendedor de armas interpretado por Nicolas Cage acabara en prisión por todo el mal provocado y en In time, un policía del tiempo perseguía sin descanso a los nuevos Bonnie y Clyde incluso jugándose la vida por un sistema del que era víctima.


La protagonista vive una lucha interna y ambas especies necesitan entenderse para poder vivir aunque es complicado y el engaño estará presente a lo largo de la historia. Los pocos humanos no desean ser colonizados y buscan proteger a sus familias aunque sea con el alto precio de su propia vida. La protagonista es atrapada porque prefiere morir antes de ser atrapada y que descubran dónde está escondido su hermano pequeño. Pero es curioso cómo a pesar de eso tanto la protagonista como la resistencia sufren  una especie de síndrome de Estocolmo y en cuanto conocen a Wanda caen encantados con la alienígena y en vez de atacarlo la defienden incluso más que a los de su propia especie. Por otro lado existe una extraña historia de amor entre cuatro personajes, Wanda/Melanie y dos chicos de la resistencia. El hecho de que las dos “chicas” compartan cuerpo hace que la historia se complique pero se resuelve de una forma que provoca la risa. Todo un absurdo pero que se nos plantea en serie, como un drama romántico lleno de emoción, cuando en realidad son una panda de críos que se lo quieren montar entre ellos pero que a la vez resultan demasiado mojigatos y aburridos. Sus complicaciones amorosas no sólo producen interés sino que provocan hastío e indiferencia. Por muy buen guionista que uno sea y por mucho que se intente dignificar una historia si el punto de partida es basura poco se puede hacer.


Me imagino a la consciencia de Andrew Niccol llorando por esta basura que ha tenido que dirigir. Aún así no pierdo la esperanza y tengo la confianza de que tiene todavía mucho que contar. 

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