Es fácil
imaginarse a Javier Giner de joven viendo películas mientras sus compañeros de
clase se dedicaban a otras actividades. Viendo la trágica historia de Lucía y
Samuel que protagonizan su tercer corto después de Night Flowers y Save Me,
puedo llegar a la conclusión de que es alguien apasionado por el cine, por sus
personajes, por sus historias y por los actores (y actrices) que nos emocionan
detrás de la gran pantalla; alguien que vive tan intensamente el cine que casi
se podría decir que no es que él haya escogido esta profesión sino que el cine
le haya escogido a él. Javier Giner nos lleva a un parque en el que se dan cita
los niños con las mujeres que les cuidan en un momento de pausa entre las
obligaciones cotidianas. El juego cumple una función muy importante porque nos
permite superar nuestras limitaciones y simular vidas y experiencias que nos
serían imposibles o que nos quedan lejanas. Fingimos una vida que no podemos
tener o que aún no tenemos pero que deseamos o que nos encauzan a llevar. No es
casual que a las niñas se les compre muñecas como preparación a una futura vida
como madre y esposa y a los niños juguetes violentos para que expresen su
agresividad en el trabajo como forma de deja de manifiesto su masculinidad.
Pero por suerte para nosotros ni Lucía ni Samuel viven en nuestro mundo sino en
el universo que Javier ha creado y es por lo que sus juegos poco tienen que ver
con los niños que conocemos y sí con sus deseos más íntimos. El cine clásico de
mujeres potentes y algo crueles que utilizan a hombres ensimismados en su
belleza. Para los protagonistas de este corto el juego es simulación, jugar y
fingir que están en una historia de cine negro en donde los ingredientes son
amor, pasión y crimen.
La historia está
contada de una forma muy hermosa, con unos planos muy hermosos como el
travelling con el que empieza y termina la historia así como la imagen del
chico en los ojos de ella (que me recuerda a uno de los planos más importantes
de los amantes del círculo polar de Medem) que si no llega a emocionar sí que logra
atraparnos. La banda sonora, la fotografía y un buen reparto hacen el resto.
Cuando se tratan con actores tan jóvenes seguramente tenga más que ver quienes
les han dirigido porque tienen más intuición que preparación y en este caso
tanto Izan Corchero como Lucía Caraballo hacen un trabajo como el enamorado que
vive obsesionado por esa mujer que sólo le utiliza y que en el fondo desprecia,
unos personajes que en la piel de unos niños parece más liviano y más agradable
como el tono que se le ha dado a la historia. Aunque muy influenciado por el
cine que le gusta se nota en El amor que me queda grande la voz de un autor que
busca expresarse y contar sus propias historias y su visión del mundo si le dan
la oportunidad de hacerlo ya que como cuenta en la web del corto fueron muchas
las dificultades a las que se tuvo que enfrentar para terminarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario