Alex de la Iglesia es uno de los pocos directores de cine español que merece la pena seguirle la pista en todas las películas que hace. Desde su debut con el largometraje “Acción mutante” hasta su anterior trabajo “Los crímenes de Oxford” siempre nos ha dado películas que han aportado algo, que nos ha contado una historia interesante, de una forma especial, arriesgándose, intentando hacer algo distinto. No siempre se cumplen los objetivos previstos, pero por lo menos hay un mínimo de calidad y es raro que decepcione. Balada triste no es una película redonda pero no dudo de su calidad y de que merece la pena echarle un vistazo.
De lo que habla es la enemistad y lucha que tenemos con el otro, de que de alguna forma los demás son los enemigos y tenemos que defendernos, ya sea el del bando contrario en una guerra o alguien con quien trabajamos, ¿pero de dónde surge ese odio, esa rabia? ¿Es un sentimiento que nace en nosotros o que alguien ha provocado? ¿Cuál es la semilla del odio? La película empieza en el Madrid de 1937, en plena guerra civil española, una representación en un circo es interrumpida por soldados del bando republicano que busca más hombres que puedan atacar a los rebeldes nacionales. Se ven envueltos en una lucha que en un principio les resulta ajena pero que les llevará a atacar y matar a los otros con una furia desgarradora, absurda y sin sentido. Uno de los payasos, el padre del protagonista, es capturado y ese odio y un sentimiento de venganza germinará en el corazón de Javier. La perdición del otro payaso, Sergio es el alcohol y su novia Natalia. Como payaso tiene una gran empatía con los niños, es lo único que sabe hacer, pero fuera del escenario cambia y la violencia que lleva escondida sale a la luz. Es un personaje duro, triste y violento que se sentirá frustrado con la llegada del nuevo al circo, Javier, el único capaz de plantarle cara. El tercer personaje en discordia, Natalia es para mí la gran manipuladora de la historia, busca las debilidades de los dos payasos y se aprovecha de ellos. Ella es la que crea el conflicto entre ellos, ambos le dan lo que ella necesita, la lujuria, la violencia y la fuerza uno y el cariño, la amistad el otro, pero ninguno de ellos está dispuesto a compartirla y el conflicto comienza. Y esa lucha acabará degenerando en una espiral de violencia y locura incontrolable. No es de extrañar que gustara tanto a Quentin Tarantino y que hiciera que se llevara dos más que merecidos premios en el último festival de cine de Venecia.
Sin duda lo mejor de la película es la extraordinaria interpretación del payaso triste por parte de Carlos Areces. Consigue crear un personaje tierno pero que las circunstancias de la vida lo acaban convirtiendo en un payaso triste y psicótico, un monstruo que sólo puede desear la felicidad a través de la venganza. No busquemos aquí nada de la hora chanante, muchachada nui o museo coconut, en esta película hace una interpretación que conmueve y que debería ser reconocida de alguna forma. Sus compañeros en este viaje, Antonio de la torre y Carolina Bang también hacen un buen trabajo. A la chica de la película se le nota que es su debut en la gran pantalla, pero también hay que tener en cuenta el papel que tiene, una trapecista bastante bipolar que bien le gusta cómo le pega su novio como se muestra tierna y cariñosa, ángel y demonio a la vez, la perdición de los dos protagonistas.
En resumen, una película dura, extraña y tierna, que emociona y que no deja indiferente. Quizás no sea la mejor película de su director, pero esta aún está por hacer.
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