miércoles, 11 de septiembre de 2013

Crítica: La gran familia española de Daniel Sánchez Arévalo



La película “Siete novias para siete hermanos” pertenece a ese estilo de cine que es imposible ver sin sentirse alegre, y que transmite a través de sus bailes, sus canciones, y sus deliciosas historias de amor, la misma alegría que todos querríamos tener en nuestras vidas. Pero la creencia y autoconvicción de que uno vive en el mismo mundo perfecto que los personajes que ve en la pantalla, provocan que la caída que se sufre al acabar chocando con la más cruda realidad sea aún más fuerte, llegando a la inevitable conclusión: la vida no es una película. Pero por suerte para los espectadores, una película sí que puede ser un reflejo de la vida. Y eso es exactamente lo que nos encontramos en el cuarto largometraje como director de Daniel Sánchez Arévalo, “La gran familia española”, una de las cuatro candidatas para representarnos en los próximos Premios Oscar. Con el musical de Stanley Donen como hilo conductor, la película toma el concepto de familia feliz tradicional ideal para hacer, más que una parodia, una radiografía de los miedos y las debilidades de la sociedad actual.




Pero más allá de las licencias que toma la película de los musicales clásicos (el tono agradable pero melancólico general, y una secuencia de baile especialmente acertada), “La gran familia española” es sobre todo heredera de un (sub)género propio del cine más hollywoodiense, el de las comedias que se desarrollan en bodas desastrosas (hace sólo unos meses se estrenaba en España por ejemplo, y salvando todas las distancias, “La gran boda”), pero usando un lenguaje más propio del cine indie actual, que recuerda a Jason Reitman o Wes Anderson, y especialmente hermanado con Alexander Payne en su pretensión (lograda con éxito) de aunar, sin que se note la transición, la comedia y el drama.


La familia protagonista de la película de Sánchez Arévalo busca la felicidad a toda cosa, mientras se enfrenta a enfermedades, mentiras, secretos, desamores… Toda una serie desventuras que afectan a cualquier familia normal, pero que ellos intentan cubrir bajo el velo de una ficción optimista y despreocupada. Esto es algo que ya empezó a esbozar el director y guionista en su corto de 2007 “Traumalogía”, y que ahora desarrolla ampliamente, pero de manera más tierna que cínica. Sólo estando unidos podemos superar las adversidades, parece ser el mensaje de la película. De este modo, Sánchez Arévalo busca, más que la carcajada, la sonrisa amable hacia sus desconsolados personajes, que finalmente, acaban por emocionar en su autoengaño.

Un personajes, por cierto, muy bien desarrollados por igual, y encarnados por un reparto casi en su totalidad en estado de gracia. Frente a los habituales protagonistas del director, Quim Gutiérrez y Antonio de la Torre, como siempre muy solventes, nos encontramos con un Roberto Álamo reencarnado en el personaje de Lennie en “De ratones y hombres”, que interpretaba en el teatro el pasado año, a Míquel Fernández, a quien (no salimos del teatro) los amantes de los musicales quizás reconozcan por protagonizar “Jesucristo Superstar” en el último montaje del mismo que tuvo lugar en Madrid, que sorprende en su primer papel importante en cine, o a Verónica Echegui, que es la que menos cómoda parece sentirse en su nuevo rol cómico. Junto a los veteranos, el trío de jóvenes descubrimientos, el magnífico Patrick Criado, Arantxa Martí y Sandra Martín, aportan la frescura necesaria a este fresco generacional. Y no podemos olvidar los magníficos cameos y apariciones estelares de Raúl Arévalo o Alicia Rubio.


“La gran familia española” es (parafraseando su título) la gran sorpresa de la temporada. Una película que transmite a la vez amargura y ganas de vivir, tristeza y alegría, desilusión y amor, enfados y reconciliaciones… Las contradicciones típicas del ser humano, vamos. Un acontecimiento que de ninguna manera conviene perderse.  



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