martes, 20 de septiembre de 2011

Crítica: La piel que habito de Pedro Almodóvar



Con el paso de los años Almodóvar ha pasado de ser ese director de cine que hacía comedias y películas espontáneas, divertidas y sin ningún tipo de prejuicio a alguien más intelectual, más críptico y expresando un mundo muy personal al que a veces cuesta entrar. Otro director que ha hecho un camino parecido es Woody Allen; poco tiene que ver El dormilón o Annie Hall con Match Point. Y aunque me gustan las distintas etapas de ambos directores, echo de menos ese descaro y esa espontaneidad del principio, películas que sin apenas pretensiones, divertían y resultaban estimulantes. Ha perdido inmediatez pero ha ganado en profundidad, sus historias son más complejas y ricas. La piel que habito supone un nuevo cambio en el registro del director Manchego, una película que suena a historia de transición, un cambio a nivel formal y en el contenido. Almodóvar tiene la suerte de poder elegir la historia que quiere contar sin ningún tipo de presiones. Pocos directores se atreverían con una historia como esta, apasionada, extrema, intensa y fascinante. La extraordinaria música de Alberto Iglesias ayuda bastante a emocionar y a resaltar todo lo que se insinúa.

Se nos ha dicho que se trata de una historia de terror pero sin los clichés habituales del género, no hay ni gritos, ni sangre, pero si un gran poso de maldad, de miedo y de una profunda oscuridad. Apenas queda sitio para el humor. Es cierto que hay situaciones y personajes límites que lleva hasta el extremo que puede causar cierta hilaridad y alguna media sonrisa de asombro, una reacción normal ante situaciones que por suerte no tenemos que enfrentarnos en nuestra vida. No se puede contar nada del argumento sin estropear el goce de descubrir las cosas por uno mismo.


Esta película supone el regreso al mundo almodovariano de Antonio Banderas, la última vez que trabajaron fue en Átame. Han pasado ya años en los que el actor malagueño, con mucho esfuerzo, ha conseguido labrarse una carrera algo irregular en Hollywood, ha conseguido mucho éxito con grandes producciones como El zorro o Spy Kids, y ha sido reconocido con películas como Evita dándole la réplica a una estupenda Madonna, que seguramente mereció un mayor reconocimiento. También ha dirigido dos películas que han tenido cierta relevancia. Parece que no han pasado los años y se mantiene la complicidad de antaño. Antonio Banderas hace un papel complicado, un cirujano plástico impertérrito, inexpresivo con el que es muy complicado identificarse, un rostro sin emociones que nos mantiene alejados. Tampoco los personajes de Roberto Álamo o Marisa Paredes son fáciles, la historia de Antonio Banderas y Elena Anaya les fagocita y tan sólo sirven de apoyo a los protagonistas.


Son interesantes las cuestiones bioéticas que se nos plantean. ¿Hasta dónde puede llegar la medicina para salvar vidas? ¿Se debe permitir ciertos avances y ciertas prácticas para un bien general de mucha gente? Y pueden servir de punto de inicio de reflexión aunque no sea lo más importante de La piel que habito. La obsesión por una persona y no ponerse límites a la hora de actuar la acercan a historias como Vértigo de Hitchcock, en donde el personaje de James Stewart llevaba muy lejos su pasión por su amada muerta, lo mismo que Antonio Banderas, que no ha podido superar la pérdida de su esposa.

En resumen, una película cautivadora, extraña, difícil pero imprescindible y que hay que ver. 

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