jueves, 13 de julio de 2017

Crítica: El pastor de Jonathan Cenzual Burley


El pastor es una película que nos mete en la vida de un hombre que vive apartado de la sociedad en una pequeña casa en el campo. Su forma de vida solitaria se ve amenazada cuando unos promotores inmobiliarios van a visitarle porque quieren construir una urbanización en su zona y que sus tierras sirvan para el nuevo polideportivo. El protagonista no está dispuesto a renunciar a su casa que no sólo es el lugar en el que vive sino que es su forma de vida. Por mucho dinero que le den no será suficiente como para vivir sin trabajar y no podrá ejercer su trabajo sin sus tierras. Hay muchos intereses en que ese urbanización se haga en esa zona y cuando hay mucho dinero de por medio no existen amistades tan fuertes. O todos venden o no se podrá hacer y ahí es donde empieza el gran conflicto que vertebra esta película. 


Es una historia sencilla pero con un gran trasfondo que se nos plantean grandes dudas. Hay un conflicto entre progreso y tradición. Progreso es la urbanización, casas más modernas, con más medios, frente a una vida más unida a la tierra y a trabajos ya prácticamente abandonados. El pastoreo ya no es un trabajo con mucho futuro pero quienes todavía lo ejercen no tienen otro medio de vida posible y ya el reciclaje resulta complicado. El escenario es el pueblo y los vecinos son los actores que van evolucionando a lo largo de la historia. Cada cual tiene sus razones y su motivos, pero en vez de enrocarse y adaptándose a los acontecimientos. Los personajes están interpretados por actores nóveles pero una buena dirección hace que no se note su falta de experiencia. A destacar la fotografía de la película que a través de unos planos con una gran belleza transmiten la tranquilidad de la vida rural frente al agobiante y estresante mundo de la ciudad. 


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